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lunes, 24 de enero de 2011

HISTORIA: ¡AL TURRON!

Aquella noche, al terminar la gala, Daniel y yo decidimos acostarnos y dormir, pero era tanto el calor que hacía, que ni teniendo la ventana abierta de par en par, podía conciliar el sueño. Me había fumado ya tres cigarros (aunque se suponía que allí no se podía fumar). Fui echando las cenizas en un paquete de tabaco vacío hasta que decidí que la mejor forma de relajarme era salirme a la terraza, aspirar profundamente el aire limpio de la sierra y volver a intentar dormirme.
Me levanté con mucho cuidado para no despertar a Daniel, cogí el paquete de tabaco y lo metí en el bolsillo de las calzonas con el mechero. Anduve despacio y con cuidado por la habitación y salí a la larga terraza, que recorría el edificio de lado a lado y a donde daban las puertas traseras de todas las habitaciones. Salí y di dos pasos hacia la izquierda casi en la oscuridad, pues la luna no había hecho acto de presencia y estaba casi en luna nueva. Las luces tenues de una casa lejana, me dejaron ver que a un metro por delante, más o menos, estaba la barandilla. Respiré profundamente mirando al cielo. Era tal la oscuridad, que se veía éste bañado de estrellas como no podía verse en la ciudad: "¡Está lleno de estrellas!", pensé.
Al poco tiempo, saqué el inevitable cigarrillo y el mechero y, al encender el cigarrillo apoyado en la pared, me pareció que había alguien a mi lado… Y muy cerca. Miré al frente y eché el humo asustado. No me moví, pero pensé que al volver a dar otra calada al cigarrillo, podría tapar la llama y mirar con disimulo. Tragué saliva y levanté la cabeza poniéndola en la pared. Levanté luego el brazo y puse el cigarrillo en mi boca de forma que la llama quedase bajo mi mano y le alumbrase. Miré al lado. Muy cerca, a menos de medio metro, había un hombre joven mirando al frente, tan desnudo como yo y en completo silencio. Habló entonces en voz baja:
¿Qué pasa, amigo? – dijo - . No hay forma de dormir, ¿verdad?
No, le respondí expulsando una intensa bocanada de humo, dentro de la habitación hace mucho calor.
Por eso, amigo, estoy yo aquí afuera. Prefiero observar las estrellas y respirar aire puro a estar acostado, pegado al colchón y sin poder dormir.
¿Le molesta que fume?  pregunté al oír su razonamiento. También necesito respirar el aire puro, pero estoy tan nervioso que necesito fumar, aunque no sea fumador.
No, dijo acercándose a mí; no me molesta su humo, amigo. Yo sí fumo.
¿Quiere un cigarrillo? le pregunté cortésmente. Son Ducados.
Sí, gracias, dijo, yo tengo Chester, pero me fumo cualquier cosa.
Al encender el mechero y, con la poca luz que daba, me di cuenta de que estaba desnudo, como yo, con unos boxers de color azul a cuadros.
Eres uno de los tíos de la orquesta, ¿verdad? me dijo mirando al frente. Tengo mi puesto de turrón en la plaza y oigo cada tema que tocáis. He oído cientos de orquestas en cientos de pueblos en toda España. Puedo decirle que he de felicitarles, porque pocas orquestas suenan como la suya.
¿Cómo te llamas, turronero? le dije un poco en broma.
Dejémoslo en «turronero». La gente sólo acude a mí cuando grito «¡Al turrón!».
¿Quiere decir esa frase, indirectamente, que te sientes solo? pregunté. Me ha sonado a eso.
Te ha sonado a eso porque es eso lo que quería decir, dijo, ¿Me entiendes? A nadie le atrae un turronero y yo estoy siempre detrás de un carro con montones de turrón.
Permíteme un atrevimiento, le dije, pero creo que nadie es dado de lado por todo el mundo.
Encendí el mechero y levanté la mano. Era un joven de mi edad, tal vez tenía los treinta, pero su cara era aniñada, su pelo castaño muy claro, sus ojos claros y no me pareció nada feo.
Llevé mi mano directamente a su paquete y le apreté suavemente la polla.
¿Qué haces? me dijo extrañado pero sin enfado.
Ahora no estás detrás de un puesto de turrón, «turronero», le dije, y yo no soy de piedra. Eres guapo.
¿Eres maricón? preguntó aspirando humo y mirando al frente. Yo también, ¿sabes? Por eso a lo mejor lo del turrón me lo pone más difícil, pero que me toque un tío de una orquesta…
Me llamo Tony, le dije, soy maricón, si es ese el nombre que quieres darle, y tú me pareces un tío muy guapo.
Se volvió hacia mí muy lentamente y se puso a mirar mi perfil.
¿Qué hace un burdo turronero dejándose tocar la polla por un culto músico? exclamó casi en mi oído. No lo entiendo.
Pues cuando mi mano caliente tu polla, le dije susurrando y sin mirarle, y tu polla se endurezca, como el turrón, quiero un pedacito de ti, aunque yo sea un músico «culto».
Entonces vino su mano despacio y con miedo hasta mi polla (que ya estaba bien dura) y la cogió con delicadeza.
A veces, dijo, estamos equivocados. Desde el rey hasta el más pobre tenemos este saliente entre las piernas… y no sólo sirve para mear.
Me di cuenta de que empezaba a empalmarse y comencé un suave masaje. Al notarlo, comenzó él a hacerme otro, me dio una calada de su cigarro, lo tiró por la barandilla y me dijo al oído: ¿Puedo darte un beso?
Lo miré volviendo la cara despacio y tomándole la barbilla, le sonreí y volví a mirar al frente.
Esas cosas no se preguntan, le dije; se hacen.
Se acercó a mí y su mano apretó mi polla con nerviosismo. Me besó en la mejilla y siguió mirando al frente.
¿Ya está? le dije, ¿A eso le llamas un beso?
¿No lo es? preguntó extrañado.
Y volviéndome hacia él, subí mi mano y la metí por el elástico hasta agarrar su polla ya dura y tiesa, me moví un poco hacia delante de él y le di un beso en la boca como a mí me gustan. Y me parece que a él también le gustó. Apretó primero mi polla y la movió un poco arriba y abajo, pero subió su mano y la metió también dentro del elástico hasta cogérmela con fuerzas, se volvió hacia mí, me abrazó con el otro brazo y me pareció que quería seguir besándome, pero lo aparté lentamente, bajé sus calzoncillos con cuidado y bajé luego mis calzonas.
¡Vamos! le dije, ¡Al turrón!
Nos besamos apasionadamente durante mucho tiempo y nos hicimos una paja el uno al otro.
¡Oye, amigo! dijo, al correrse sobre mí. Pasa a mi cuarto y te limpias un poco. ¿Podremos repetir esto otra noche?
¿Por qué otra? le pregunté riendo flojito; si no tenemos sueño y este balcón está para nosotros ¿por qué no seguir?
¡Al turrón!, amigo ¡Al turrón!, que está duro y delicioso esperando aquí cuanto quieras.
Le comí la polla hasta cuatro veces. Dura y dulce como el turrón.

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