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lunes, 7 de marzo de 2011

HISTORIA: EL MAYORDOMO

Al terminar el bachillerato, mis padres me habían prometido un viaje a Inglaterra una semana, pero nunca pensé que vendrían conmigo y que el viaje sería a casa del socio de mi padre. Pero el cabreo que tenía se me quitó al ver el caserón que tenía el amigo de mi padre, porque allí podía perderme con facilidad y no me encontrarían. Al llegar, me desterraron al piso del servicio, mientras mis padres y mi hermano fueron trasladados al piso de arriba. Y para colmo mi habitación daba a la del mayordomo y tenía que compartir el baño con él.
Decidí olvidar todo eso y pasarlo bien y ahora me doy cuenta de que esos planes estaban casi trazados: la primera noche ordené mi habitación y cuando me disponía a darme una ducha, llegué a la habitación del mayordomo con la intención de dirigirme al baño. Me quedé en la puerta y lo vi desnudo frente a la ventana. Me llamó mucho la atención su cuerpo y soporté un nerviosismo repentino, como un desmayo, al ver sus glúteos totalmente musculados. Era un hombre de unos cincuenta o cincuenta y pocos años, que a la llegada me había parecido gordito. Carraspeé un poco para que se diera cuenta de que estaba allí y pedí pasar al baño, pero él se adelantó y dijo en un español casi de Málaga: ¿Qué pasa, nunca habías visto a un hombre desnudo? Casi en voz baja dije que no o más bien negué con la cabeza, pero a estas ya él se había vuelto hacia mí. Tenía una barriga casi lisa, empezando su prominencia y sin un pelo, su pecho, en cambio, completamente lleno de vello pelirrojo. Ese era el color de los pelos de su pubis y de sus piernas. Me quedé impactado al ver su pene, grueso y colgando.
Ven, ven, anda -me dijo-, porque probablemente tampoco has visto un hombre en erección. Me reí y dije: hombre, eso sí. Claro, la tuya -dijo él-, pero si te apetece puedes ver la mía también y sonriendo colocó dos dedos encima de mi polla y empezó a jugar con los pelillos de esa zona. No dije nada, pero lo tomé como una venganza hacia mis padres y me dejé llevar.
Como vio que no me importaba, me preguntó: ¿Has follado? Sí, le contesté, tengo novia. ¿Por delante y por detrás? Añadió. Sólo por delante, dije yo. En ese momento, cogió dos dedos de mi mano derecha y los metió en su boca. Después, abrió un poco sus piernas y los llevó a la entrada de su ano y dijo: por aquí la meterás esta noche las veces que tú quieras. Este inglés con acento andaluz me estaba poniendo a cien y decidí tomar la iniciativa: me fui directamente a su boca y lo besé ansiosamente y él devolvió la lengua y los besos que en ella iban. A continuación, cogí sus glúteos y los acaricié, mientras iba a su pecho para saborear sus pelos y sus pezones. ¡Vaya, fogoso, eh! -dijo él-, y yo añadí: con ganas, diría yo.
Nos besamos con ardor, casi con ceguera y violencia, hasta que me dijo: vamos a la cama. Desde que él me quitó la bata de baño, nuestras pollas llevaban un rato rozándose, empalmadas. Me tumbó en la cama y se echó encima de mí, me gustaba sentir su peso, siguió besándome y lamiéndome hasta llegar a mi polla. Entonces se dio la vuelta y me dio la suya para que yo se la mamara, mientras él me la chupaba a mí. Me di cuenta del grosor que su miembro había cogido y pensé que la mía no era nada a su lado. Creo que mi polla aguantó en su boca dos minutos, porque eyaculé con pocas lamidas. ¡Tanto ímpetu para esto! Exclamó sonriendo mientras le caía mi semen por su boca. Pero yo sabía, por las veces que había follado con mi novia, que podía empalmarme otra vez a los pocos minutos, así que le dije: sigue, que en breve tendrás más. Y siguió mamando mientras le hacía yo lo mismo.
Antes de cinco minutos estaba mi polla otra vez en erección y le oí mascullar: ¡Esto sí que es rapidez! Ahora tardaré más, le dije, pero se levantó y me dejó con la miel en los labios.
Me dijo: ahora me vas a follar, pero yo quería hacer que se corriera como él había hecho conmigo. Fue a su mesilla de noche a coger algo y mientras me señalaba que me pusiera de rodillas, luego se tumbó boca arriba y me colocó los pies en mis hombros. Ponte esto en la punta de la polla, así entrará más rápido.Date la vuelta, le dije, pero él me respondió que quería ver mi cara al follarlo, que ya habría tiempo de follar como los animales. Me puse la crema y mi polla fue entrando poco a poco en su culo, mientras él gemía acompasadamente a como entraba mi pene.Yo, que estaba anonadado con el grosor de su polla, se la cogí y empecé a masturbarlo. Me paró y me dijo: eso lo hago yo, tú encúlame bien, cógeme de las caderas y métela toda. Efectivamente, así lo hice y estuve un rato disfrutando. Luego me miró y me dijo: ¿no querías follar de espaldas? ¡Vamos! Pero antes, me abalancé sobre él follando sobre su polla y besándolo con más ardor que la primera vez.
Se dio la vuelta y se levantó un poquito para que me pudiera colocar encima. Fue increíble, porque entró como venía entrando antes, pero yo me eché encima de él, me aferré a sus hombros y empecé a sacudir embestidas contra su culo. Él gritaba: más, más. Y yo no veía que mi polla quisiera correrse.
Nos arrastramos por la cama de un lado a otro hasta que me dijo que me pusiera de pie. Me fui a la parte trasera de cama y él se puso delante, apoyándose en el dosel. Allí follamos hasta que me corrí. Después me preguntó si todavía quería ver cómo se corría y le dije que sí: puso unos almohadones en el suelo, a un lado de la cama, y me sentó encima, luego me folló la boca mientras mi lengua intentaba lamerle su polla. Sus ataques eran fortísimos, por lo que acabé acariciando sus testículos y por fin le metí dos dedos en su culo. Se corrió inmediatamente y luego suspiró y dijo: ¡vaya, niño precavido!
Pasamos el resto de la noche con juegos orales, aprendiendo a follar su boca y conociendo mi cuerpo, enseñándome cómo mantener la erección o parar la eyaculación.
Hace unas semanas le conté a mi padre el episodio de aquella primera noche en Inglaterra y que desde hace poco tiempo mi polla se empalma cuando veo algún madurito y me imagino dentro de él. Luego, a solas, me masturbo pensando en él, aunque no he dejado de follar con mi novia.
Mi padre sonrió y me contó que hace más de treinta años, mi edad, que el mayordomo se convirtió en amante suyo y de su socio. Fue a través de él como se conocieron y con él con quien aprendió de sexo todo lo que sabe, 'pero nunca he descuidado a tu madre, así que guárdame el secreto', me dijo. Desde entonces buscan algún tiempo para estar juntos los tres.
Entendí entonces qué quería enseñarme mi padre y por qué me tocó aquella habitación en aquel viaje hace ya doce años...

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