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lunes, 6 de junio de 2011

HISTORIAS: EL TAXISTA

Salir del cine tras la última función, más de las 12, en una ciudad desconfiada y atraída por la abundancia de sus habitantes, te hace ser observador y cauto. Mi estrategia siempre ha sido la de nunca aceptar el primer taxi o de subirme en el que maneja ese tipo de hombre que te mira con urgencia y después de dos o tres que pasan, me subo.
Noche de sábado, ciudad despierta, nadie me espera, nadie sabría si algo me llegara a pasar. Antes de salir a la calle, paso a los sanitarios y urgentemente descargo la bebida. Aprovecho y escondo mi cartera o las tarjetas. Mi departamento quedaba en la zona más alegre de mi ciudad, descosidos todos los habitantes, conocen la polución nocturna de bebedores, proxenetas y demás bichos nocturnos. Mi depto., queda a 15 minutos del cine, la hueva, fiaca o laxitud, me permite el honor de subirme a un taxi. Volkswagen la marca, verde con blanco el color, le hago la parada.
Se abre la puerta y primera impresión. Botas de piel rara, pantalón entallado, cinturón llamativo y camisa vaquera. Urbano el conductor, no más de 30 años, delgado, bigotón y sonriente. “Pásele joven”. “Buenas noches”, mi respuesta. “Pa”onde”, voz norteña y varonil, me extraña la laxitud. Derecho hasta Reforma y por ahí le indico. “Suave” y mi observación es la respuesta, huelo a loción o jabón de los que encuentras en los hoteles. Bueno, por lo menos es el correspondiente olor al puesto. Mi mirada, puesta al lado izquierdo, mi depresión por la película, me hace pensar.
“Porqué tan pensativo”, “¿Que no tiene onda ahora o derechito a acostarse”. Odio el comentario, dirijo mi mirada a uno de los espejos que me observan, atentos a mi respuesta o reacción. “No, hoy duermo tranquilo”, parca respuesta o llave mágica al siguiente comentario.
“Con tanto desmadre y Usted ya se quiere dormir”, que mi chofer acompaña con un movimiento a mi baja pierna. Siento escalofrío, tanta camaradería o confianza, agarrar pierna o palmotear pierna a quien nunca conociste, me hace desconfiar. “No sea tan arisco, no le voy a hacer nada, solo es para entrar en confianza”. Mi expresiva cara, hace gestos de extrañeza y descargo el látigo de mis palabras. “Apoco a cualquiera que se sube, le entra usted la confianza”. Hábil, el chofer, responde, “No, solo a los que creo que me van a caer bien”.
“O sea, que yo ya le caí bien”, doblando el sentido de mis palabras, lo que provoca una explicación. “Mira mano, yo chofereo, tú me pagas. Así de fácil, yo te llevo porqué tu billete vale”. Simple respuesta que me desarma. Siempre he tenido debilidad por los hombres que no aparentan sus gustos. Por lo que mi conversación toma un rumbo inesperado, atrevido o insospechado. “Tienes razón, el billete manda, ley de la vida”, “Si yo te platicara a donde mi billete me puede llevar, no es mucho, pero siempre me ha ayudado”. El chofer sin mayor razón, desprende una carcajada y asienta.
“Ya nos vamos entendiendo, mano. Tú dime a donde quieres que te lleve y yo te llevo”. “Voy para mi depto., a dormir, no pretendo mayor cosa”. “Me caíste bien y te la pongo fácil”, desprende mi hábil conductor. “¿Traes nada más pal taxi o traes unos varios más?, traigo sed y ganas de platicar”.
Ah, cabrón, me digo a mi mismo, ahora resulta que ya me salió compañía, pero me lo he de estar imaginando, ni 5 minutos y ya ligué, obvio con la consabida carga a mi bolsillo. Pienso un poco y le digo. “¿amigo, de que estamos hablando?, disparo.
Mi chico manejador, sonríe estupendamente y con hábiles movimientos, desvía el camino a una calle no transitada. No se porqué, pero no me siento amenazado, más bien me siento intrigado. Detiene el auto, voltea el cuerpo y me dice inteligentemente. “yo necesito dinero, no robo, no hago nada malo, si quieres compañía, te cobro por hora 200 y tú mandas lo que gustes”. Abro mis grandes ojos e involuntariamente me envalentono”. “Ah, lo que yo quiera……” “tú mandas, tú ordenas”. “Bueno, está bien, vamos por unas bebidas y mientras nos las tomamos, seguimos la plática., ya se el tiro y lo que me cuesta”.
Me sonríe y me desarma con su mano, que se apodera de mi rodilla. “Así me gusta, nada más te pido que yo te llevo a donde voy siempre”. “Tranquilo amigo”, respondo.
Prende el coche y se dirige a su guarida, chacal tenías que ser, cabrón. Después del trayecto y de nuestro silencio, llega y se estaciona en un bar que ya conozco, nombre de hombre extranjero y de no muy mala reputación. Mi chamarra es revisada en la entrada, calor se siente y yo cubierto. “100 y dos cervezas por cabeza”. Calculo en mi cerebro, refiriéndome a la cuenta, doscientos, porqué solo cuentan las cabezas que ahora se muestran, la otra escondida en la ropa, nada ajena al lugar, despierta levemente, mandando calor a mis hormonas.
Entrando y en confianza, nos ubicamos en una esquina, de pie ante un público que se cuenta en más de cien cabrones. Todos los tamaños, colores y creo yo sabores, se muestran absortos a las pantallas. Ah, ahora el chofer me salió cliente frecuente, que se desplaza en el área paciente y diligentemente. Me lleva a uno de los pocos espacios vacíos y me dice.
“Toma confianza, si no te gusta, ya sabes. Dame los boletitos y ahora vengo”.
Atiendo la instrucción y me siento muy solo, indefenso y sórdido. Pasa un tío, petiso y gordo y me dice. “Quita esa cara cabrón, lo único que te puede pasar es que te guste”. Cierto, pero que crees, si me gusta y espero, cambiando la cara, atento y sin la boca abierta a los videos triple equis, de cabrones con cabrones. Regresa la compañía, me siento nuevamente protegido, debería ser al contrario, pero me siento seguro. Se acerca y me da el envase frío, que dirijo a mi boca y extiendo mi lengua. No me ha quitado la mirada de encima, trata de averiguar, de conocer que pienso. No me incomoda, continúa con su sonrisa, blanca y sana. “no mames, te pasaste”, le digo.
“Si mamo y vieras que no hay queja”, me dice.
“O sea, el cliente manda” ” Solo los que me caen bien y tú entras ahí”.
Lo miro a los ojos y me acerco a su piel, sin quejas, sin defectos. Me acerco y le doy las gracias por traerme aquí. Se lo digo al oído y como respuesta, sin separarnos, voltea la cara y encuentra mi boca. Sus labios saben a taco de carnitas, chistoso, sin asco. Sabe calentar el cabrón, porqué mi tacto labial ha prendido la vacuna en mi cachondez. Nadie nos ve, o nos ven todos, vale madres, me gusta su cara y su tacto, su olor a hombre y su bigote en mi bigote. Me acerca con su ocupada mano, por detrás de mi espalda y siento como estamos más cerca.
Mis putos doscientos pesos han valido esto y lo que falta. Mi codo en la barra de una pared lateral y acerco con mi mano y mi cerveza su cuerpo. Se desprende y me dice, “Cabrón, está bien puta fría tu cerveza, permíteme…”. Toma con su mano mi cerveza y deposita ambas, la de él y la mía en el metal. Me abraza y me comienza nuevamente a besar, me acerca y hace un movimiento difícil de describir, es como un cambio de estatura en él, que lo hace bajar su cuerpo, para enfrentarse a mi cuerpo. Si, como si me estuviera culeando, porqué es su pelvis, aprovechada, la que sube y baja en mí. Puta, como decimos aquí, me pierdo en su abrazo, me encanta besar y por lo que siento, a este cabrón no lo inhibe nada. Al principio fueron las bocas, que ahora abriéndose dejan jugar las lenguas, sus líquidos en mí, su calor en mi rasposa lengua. “Me encanta como besas”, me dice.
Pero la realidad se aparece, yo en un lugar público, con un cabrón chacal desconocido, que sabe lo que quiere de mí, porque sin pena alguna, pasa su mano por enfrente y por mis grandes nalgas. Obtura su visión en lo que sabe y conoce. Pasa sus manos por mi espalda y no se cohíbe. No importa el papel a jugar, porqué indefinidamente, me soba por delante y con la otra mano me soba por detrás. La luz, la aglomeración humana, la calidez del ambiente y mi chamarra, permiten que pase su mano entre mi camisa y mi cinturón. Eso si, eso si lo define por detrás. Sube el algodón y púrpura su mano se introduce en mis calzones. Me sigue besando y es solo el principio. Porque siento que no le incomoda nada y dirige sus dedos a mi culo.
Estoy sudando y lubricando, siento como cuando te dejabas sentir en tu pene, en 4 segundos, como se pudiera sentir cuando se la metes a alguien. Puto taxista, a poco crees que me voy a dejar. Con cierto tacto hago lo mismo, meto mi mano en su pantalón y subo la camisa, desbordando la vaquera para cubrir el escenario. No usa calzones, anda a raíz. Buenas nalgas, peludas y calientes. Se detiene en su movimiento y espero lo de siempre. Pero en vez de eso, abre las piernas y se encorva un poco. Me dice al oído. “Te dije que tu mandas y por lo visto nos gusta lo mismo”. Polimorfo me salió. Me encanta dedear al enemigo, su sudor, que sepa a que huele, ya después lo averiguaré, me permite no dañar. Mis uñas cortadas, no agreden, solo siento un orificio constreñido, que palpita. Mi oído escucha. “no mames, cabrón, me voy a venir”. Sabe y conoce la ida y la vuelta. Mi dedo ávido, se engolosina. Se lo meto todito. Responde igual, su dedo frío, entra en mí, caliente, caliente. Lo que siguió fue mi cordura, mi nivel económico me permitió salir de ahí y llevármelo a donde él quiso.
La puerta cerrada de mi departamento. Ponerlas en el refri, tomar dos y encontrármelo en el pasillo, con las mangas arremangadas, su camisa salida, su lujuria en los ojos y a fajar se ha dicho, eso si, en el pasillo y con las dos manos, recorriendo bajo su camisa, su espalda, peludona, mi espalda sin nada. Su piel sin granitos, su calor en mi boca. Se ha acelerado el tiempo, me voltea y me empuja contra la pared. Mis piernas abiertas y mis manos en sus nalgas. Desabrocha mi camisa y como puede, me la quita. Repto en él. Me muevo calientemente. Su camisa vuela y siento en mi espalda su tacto febril. Su sudor me moja, su cuerpo me empuja a la pared. Siento miedo, ¿que he hecho?
Porqué violentamente ahora el aire se ha tornado. Me besa la espina dorsal, primeras vértebras superiores, intermedias y hasta donde puede me besa. No lo he notado, porqué así es de hábil y con la mirada oculta, siento que ya se quitó el pantalón. Toma mi hebilla y sin problemas la abre. Toma mi botón del pantalón y también. Mientras sus dedos de una mano abren mi cierre, con la otra ha tomado mi miembro, húmedo y viscoso. Como si se tratara de un acto ensayado, toma mi pantalón, primero de un lado y luego del otro y lo baja. La mezclilla azul ha finalizado enrollada en mis tobillos.
Esa mano que se posó en mi rodilla hace tres horas o seiscientos pesos, ahora recorre mi pecho. Me envuelve en él. Siento que su verga no tiene problemas de erección, a esa edad, caliente, nada más caliente. Con todo y mi posición y mi resuello rápido, me curva y con todo y calzones me la deja ir. Obvio que no entra, pero el intento es enorme. Gracias a mi limpieza, solo huele a mis calzones que penetran mi nariz y la brisa marina hace su efecto, me calienta más. Pero si de hombres se trata, mi fuerza me permite ahora, empujarlo para atrás y ahora él es el agradecido, su palabra única es un Ahhhhhjjj…
Me suelto de él y me volteo en cuclillas. Lamo su potente, grueso y sin presumir, largo aparato. Por encima de sus calzones mojados, sabor a orina, sabor a semen, sabor salado. Huelen a jabón en polvo, no a enjuague como los míos. Diestramente le bajo los calzones, de marca y elástico barato. Observo para arriba y solo veo pelo en su pecho. Dirijo sus dedos a sus pezones, que erectos, como todo en él, me dejan manosear. Sus manos en mi pelo, dirigen ahora la engullida. Que bruto, me encanta oler y oler su pubis, mi respiración adiestrada, permite que me traspase su hongo de carne, hasta la pared de la garganta.
Expelo y se mete más, inhalo y lo saca casi todo. Mi labio inferior detecta que este cabrón se rasura los huevos, ya que me pica lo corto de la mata ahí. Yo se a lo que sabe mi saliva, por lo que distingo perfectamente, su otro líquido abundante que me llena, líquido que sabe a dulce. Cada vez que deja mi boca me deja ese sabor, cada vez que entra me lo mete más. Chas, chas, chas, solo se oye. Todo huele ahora a sexo, del bonito, del sano. Me pego más a él y el extiende su tobillo hacia mi verga. Como es posible que sepa lo que me gusta.
Eleva un poco el pie y su calcetín me toca en mi pene. La alfombra aspirada, ahora, nos recibe. Dejamos la posición vertical y yo soy el de abajo, él, el de arriba. Todo en él es pelo, su espalda, sus piernas. Todo en mí es ralo, sin pelo, excepto en el pubis y las axilas. Su contacto es casi perfecto, su verga en mi verga, su movimiento y sus besos me llenan. Abro las piernas, dejándome ir. Él entiende. Baja el cuerpo y ahora con mis piernas arriba de sus hombros, ubican lo inevitable. Su sudor y olor me encanta, nada agrio.
Mismo sudor que ahora mis nalgas empapadas, permiten que su punta ciega, se ubique en mi puerta y la toque. Poco a poco, con su abundante líquido pre-coital, entra y poco a poco sale. No hay necesidad de lubricación artificial. Quien sabe de donde sacó antes un condón. Que rápidamente es colocado en su vergota. Escupe en su mano y moja el plástico. Más bien humedece abundantemente mi culo, también. Agradecido yo, lo beso más y más. Puta, poquito a poquito me la deja ir.
Puta que dolor. Digo “Ay, ay, me lastimas”. Pero él se detiene, sabedor, creo yo, de lo que es eso. No ha metido ni la mitad y yo ya no quiero más. Poco a poco, nuevamente, ahora toca mi próstata, ganas de mear o de venirme, no lo se. Sabedor, buen artesano, me micro-penetra más, hundiendo su glande en mi paredes. Ganas de cagar, ganas de mear, pero así no se puede, sin preparación, le vale madres. Algo le indica que ya es el momento. Se hunde todo en mí. Comienzo a sudar más, comienza a sudar más. Sus manos aguardan mis hombros y comienza el bamboleo en la alfombra. Siento el picor de su pelo de sus huevos en mi ano, me la metió todita.
Siento el picor de los pelos de la alfombra abajo de mí y encima de mí. Cabrón, que bueno que me espere a tú llegada, tercer taxi, como veinte arremetidas. Pierdo el control y él también, salvaje cogida. Ímpetu de penetrarme más, por lo que con las manos abro más mis nalgas y toco el final del plástico y su verga en mi ano. Jugueteo con sus testículos. Subo y palpo sus velludas nalgas. No me mira, la luz me permite ver su cara, esforzada y sus ojos en blanco.
Ha dejado de besarme, se concentra en la penetración, sin distracciones bucales. Elevo mi cabeza y lengüeteo su nariz y su bigote. Él entiende y agacha la cabeza, profundizando sus besos. Lleno por abajo y por arriba, espero pacientemente el gran aguante de mi culo. “Puta madre, estás riquísimo”, me dice. “Tú más, mi Rey”, digo yo. “Ya me voy a venir”, atestigua. “Lento”, me atrevo a decir.
Acata la instrucción y le baja el ritmo, como tomando aire. Dos tres aspiraciones y ahora si, me distiende animalmente. Cinco, Seis, siete veces, otras tantas lo hacen llegar. Con cada influjo, penetra más cabronamente. Me ha tocado, que cuando los hombres se vienen en ti, no te besan, se alejan y te penetran. Pero este cabrón, se acerca más, sabe que el beso apasionado te hace venirte más. Cuento lo que siento, tres o cuatro veces ha depositado su semen en el condón. Se deja caer sobre de mí y suelta la respiración contenida en sus venidas. Y yo donde andaba, mientras tú andabas subiendo otros putos en la calle.
No me importa, pero el dinero se hizo para eso, para exprimir hombres. Depositas en el condón tu calentura, depositas tu cabeza en mi pecho, deposito mis piernas en mis lados y tú tomas aire. Tomas lo que se presente, después sabría. No me dejaste pagarte los mil que te debía, solo ochocientos dices, es lo justo. Amor, mi Rey, has asesinado al puto buscador, te he encontrado y he gozado. Gracias, te digo, ya sabes, me dice.

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